Noticia extraída de la redacción del Diario de Burgos del 29/09/2025.
Los ciclos técnicos en Burgos siguen siendo un mundo de hombres: apenas un 6% del alumnado total son mujeres. Tres estudiantes rompen estereotipos con chispa, paciencia y mucha vocación.
El ruido metálico de las máquinas en los talleres del CIFP Simón de Colonia es constante. Entre planos, piezas y herramientas, se mezclan las voces de decenas de estudiantes, casi todos hombres. En medio, una alumna ajusta una pieza de precisión o repasa un esquema eléctrico. Su presencia, sin embargo, aunque llamativa, es minoritaria, casi anecdótica.
Los datos lo confirman. En el Simón de Colonia hay 500 alumnos frente a solo 25 alumnas: un 4,76%, lo que equivale a 1 mujer por cada 21 hombres. En el Padre Aramburu, de 539 estudiantes, apenas 45 son chicas: un 7,71% (1 de cada 13). En el San José Artesano, 270 hombres frente a 15 mujeres: un 5,26%, es decir, 1 de cada 19.
El patrón se repite curso tras curso: ellas son una rara excepción en unos ciclos que, paradójicamente, ofrecen alta empleabilidad, salarios competitivos y creciente demanda. «Tristemente, las cifras siempre rondan lo mismo», admite Manuel Simal, director de Formación Profesional en el C.C. Santa María la Nueva y San José Artesano. <<A veces hay un ciclo con más chicas y otros años ninguna, pero nunca logramos equilibrar. Y es una pena, porque el mercado está buscando mujeres, y ofrece muy buenas condiciones para aquellas que toman este rumbo. El problema es que no hay suficientes».
La situación se agrava con la entrada en vigor de la Ley de Paridad, que exige a las empresas un mayor equilibrio de género. «No es que los empresarios no quieran contratar mujeres; al contrario. Siempre se han mostrado encantados con nuestras alumnas. El problema es que no hay profesionales técnicas, y así resulta imposible cumplir la ley. Además; nuestra experiencia demuestra que las mujeres que eligen este camino destacan, se convierten en grandes profesionales y son muy valoradas en sus empresas y por sus compañeros». En ese escenario, tres alumnas del Simón de Colonia han decidido seguir su propio camino.
Sofía Martínez cursa el segundo año del Grado Superior en Sistemas Electrotécnicos y Automatizados, formación que le abrirá las puertas a trabajos de mantenimiento eléctrico. Es la única mujer en su clase. Su vocación llegó casi por casualidad: tras estudiar Mecatrónica, descubrió que la electricidad le fascinaba. «Había una asignatura que tocaba ese campo y me encantó. Decidí seguir por ahí. Nunca me he arrepentido. De hecho, ha sido lo mejor que he podido hacer», explica.

Su entorno familiar influyó. <<A mi padre le apasiona todo lo relacionado con la electricidad, y lo tomé como referente». A pesar de la desigualdad numérica, Sofía asegura no haber tenido problemas de integración: «Me siento súper a gusto con todos. Al final te acostumbras a trabajar con chicos. En realidad, me llevo mejor con ellos que con las chicas». También en las prácticas en empresas su experiencia ha sido positiva: «Me sentí acogida desde el primer día. No he tenido nunca la sensación de tener que esforzarme más por ser mujer». Su entusiasmo contrasta con su paso por Bachillerato, donde odiaba ir a clase. <<Aquí soy feliz. Vengo desde fuera de Burgos y me cuesta salir de casa, pero aquí me siento como en familia. Es venir y siempre son risas. Ahora mismo esto es mí pilar>.
Sofía reconoce que, al empezar, algunos le dijeron que por ser mujer «la iban a rifar en las empresas», en alusión a la Ley de Paridad. Ella lo tiene claro: «Supongo que ayudará, pero espero que me cojan por lo que sé. Lo que diría a otras chicas es que no tengan miedo: si te gusta, adelante. Si yo he podido, todas pueden».
La Ley de Paridad establece al menos un 40% de cuota para el sexo menos representado
En primero de Grado Superior en Automatización y Robótica Industrial (ARI) está Dana Merchán, otra joven que nunca dudó de su vocación. «Desde la ESO lo tuve claro. Una profesora me transmitió la pasión por la robótica y quise seguir ese camino. Además, mi abuelo trabajó en electricidad y fue un pequeño referente».
En su clase, apenas hay otra compañera y una repetidora. «Siempre somos pocas. Pero a mí nunca me ha supuesto un problema. No siento que tenga que demostrar nada». Lo que más le atrae son las prácticas de programación y montaje de sistemas neumáticos; lo que menos, la teoría, que «aunque es poca, se hace dura». Dana reconoce que ser mujer en un ciclo técnico es una ventaja a la hora de buscar empleo: «La Ley obliga a equilibrar las plantillas, y es más posible que nos cojan. Pero lo importante es que te guste. Si no, el día a día se hace pesado».

Su horizonte va más allá del ciclo, pues sopesa hacer otro Grado Superior o estudiar Ingeniería Mecánica o un doble grado en Robótica y Mecánica. Su mensaje es claro: «Si te gusta, hazlo. No importa lo que piensen los demás o que seas la única chica en una clase con veinte tíos. Los centros educativos hacen lo que pueden, van a los institutos a dar charlas sobre los ciclos, pero al final es algo personal. Tiene que gustarte».
La tercera protagonista es Lina Amaiz, estudiante de segundo curso del Grado Medio en Mecanizado. Llegó al Simón de Colonia tras visitar la feria de FP en el Porcelos y descubrir el trabajo en los talleres. «Me fascinó cómo fabricaban las piezas. Además, me dijeron que había mucho trabajo y pocas chicas, y eso me animó». Admite que al principio tuvo dudas por estar en una clase con todo chicos, «por cómo me iban a tratar mis compañeros. Pero enseguida me di cuenta de que no había problema. De hecho, casi prefiero estar con chicos. En Secundaria las chicas estaban siempre cotilleando y mirando de reojo».

Lo que más le gusta es la precisión que exige el mecanizado, al ser tan «manitas y perfeccionista». Lo que menos, madrugar y tener que armarse de paciencia con quince compañeros en clase. No obstante, Lina ha tenido que enfrentarse a comentarios hirientes: «Es que a ti te aprueban porque eres chica». Su respuesta es tajante: «No, me lo he ganado. He estudiado desde el primer día para sacar las asignaturas». A pesar de ello, mira al futuro con determinación: quiere cursar un Grado Superior y después trabajar. Su consejo a otras jóvenes es directo y dispersa dudas: «Si no les gusta, siempre se pueden cambiar, pero que no dejen de intentarlo por miedo. Es tu futuro. Vas a clase a estudiar, no a agradar a nadie». También propone una idea para atraer más chicas: las redes sociales. «Es lo que más usamos los jóvenes. Se deberían mostrar los ciclos, lo que se hace y que también hay mujeres estudiándolos. Eso animaría a muchas más».
ESTEREOTIPOS DESDE LA INFANCIA. El desequilibrio entre chicos y chicas en los ciclos técnicos no nace en la matrícula de la FP, sino mucho antes. Se gesta en la infancia, en los juguetes, en los comentarios que pasan desapercibidos pero calan. Sofía lo resume en una frase sencilla: «Yo al Bachillerato Tecnológico fui sola». En su caso, la influencia de su padre fue clave para que se lanzara.
En este sentido, Dana coincide en que los referentes, familiares marcan: «Mi abuelo trabajaba con electricidad y siempre me hablaba de ello. También tuve una profesora que me transmitió el gusto por la robótica. Si no llega a ser por ellos, quizá no estaría aquí». En el caso de Lina, el camino fue más autodidacta: «Yo no tenía referentes. Fui a la feria de FP, vi cómo trabajaban con las piezas y me encantó».
El problema, coinciden las tres, es que la sociedad marca desde muy pequeños qué es «de chicos» y qué es «de chicas». «Si un chico se mete a un ciclo de estética, que está más asociado a mujeres, lo miran raro. Y si una chica se mete en uno de mecánica o electricidad, dicen que lo haces para ligar», apunta Lina. Para Sofía, lo que ocurre es que «los coches, la electricidad, la mecánica … siempre se asocian a lo masculino. En cambio, los ciclos de estética, como peluquería, se ven como lo natural para las chicas. Parece que todo viene predeterminado, cuando en realidad no debería ser así».